Los antibióticos han revolucionado la
historia de la humanidad desde el minuto uno de su descubrimiento. Sir
Alexander Fleming ni se podría imaginar lo mucho que ha cambiado el curso de la
historia desde aquel 1928 en que descubrió (por pura casualidad, todo sea
dicho) la penicilina.
Los antibióticos se han convertido en unos de los medicamentos (sino el primero) más demandados
y consumidos por la sociedad. Sin
embargo, este consumo no ha sido siempre ni racional ni seguro. Se ha producido
una ligereza a la hora de utilizarlos
lo que nos ha llevado a una situación verdaderamente crítica. Y nosotros, los farmacéuticos, hemos tenido gran parte
de culpa. Quizá por dejarnos llevar por esa euforia en su eficacia, quizá por
no darle la importancia que tenía en su momento. Ahora somos más conscientes de
ello y estamos intentando poner remedio a esta situación (al menos, algunos de
nosotros).
La
Organización Mundial para la Salud (OMS)
no para de hacer campañas para recordarnos la importancia que tienen estos
medicamentos y la necesidad total de un uso racional de los mismos. Conviene
recordar algunas de estas pequeñas informaciones.
Los
antibióticos son medicamentos utilizados para combatir infecciones causadas por bacterias
tales como la tuberculosis o la neumonía. Los antibióticos matan bacterias, no
virus. Por eso no son eficaces a la hora de tratar gripes o resfriados, ni
irritaciones de garganta (nueve de cada diez casos de inflamación de garganta
son provocados por un virus).
Los
antibióticos han hecho aumentar la
esperanza de vida en veinte años. Sin embargo, su mal uso ha provocado la
aparición de resistencias
bacterianas poniendo a la sociedad en una situación crítica ya que no se ha
descubierto ni desarrollado un nuevo antibiótico desde hace 25 años. Utilizar
un antibiótico de forma innecesaria disminuye su efectividad contra las
bacterias, provocando así un mal funcionamiento a la hora de tratar dichas
infecciones. Siempre y en todos los casos en que se requiera un antibiótico,
debe ser bajo prescripción médica.
La automedicación está totalmente contraindicada.
¿Qué podemos hacer para evitar un mal uso de los
antibióticos? Utilizarlos únicamente cuando hayan sido prescritos
por un médico. Realizar el tratamiento de forma completa, no interrumpirlo
aunque nos sintamos mejor. No compartir los tratamientos con otras personas que
no hayan sido diagnosticadas y prescritas con sus propios antibióticos.
Todo esto que
he contado es más que sabido por muchos de nosotros. Sin embargo, no conviene
olvidarlo ni relajarnos, ya que es una situación a la que nos enfrentamos muy a
menudo en nuestros mostradores. Yo
tengo el recuerdo de niña (y no soy muy mayor, con lo que no hablo de hace
muchísimos años) de tener un dolor de garganta o un poco de mucosidad, y
decirme mi madre: “Baja a la farmacia y que Rosa (era nuestra auxiliar del
barrio, la farmacéutica ni aparecía por la farmacia) te de Clamoxyl (perdón por
la publicidad, pero así lo entenderemos todos mejor)”. Iba, compraba la cajita
en cuestión (Rosa no me ponía ninguna pega, ni me pedía receta) y lo tomaba dos
o tres días, en función de cómo me encontrara. Así era, lo más natural del
mundo.
Hoy por suerte las cosas están cambiando. Yo no doy un
antibiótico sin una receta, y trato de educar a mis pacientes que es por su
bien y que es necesario que sea el médico el que valore la situación. Esta
actitud me ha causado más de un dolor de cabeza y más de una discusión. El
consumo de antibióticos sin receta ni pega alguna está demasiado asentado en
nuestro día a día, y nos va a costar quitar esta mala costumbre.
Me duele decir
que, en ocasiones, me he encontrado sola
en esta lucha (sola en mi zona de trabajo, quiero decir). He dicho “No” a
muchos pacientes que, al rato, me han venido con la caja del susodicho
antibiótico diciéndome “¿Ves? Ya te dije que me lo daban sin receta”. Me he
enfadado muchísimo. Hasta me he visto tentada de denunciar a mis propios
compañeros porque si una cosa me molesta, y mucho, es que echen por la borda mi
trabajo y menosprecien mi profesionalidad. Creo
que por tres euros no debemos quitarnos la bata de profesionales sanitarios.
Somos muchos los que estamos trabajando por poner al farmacéutico comunitario
donde debe estar. Y son muy pocos los que, con una facilidad pasmosa, nos hacen
quedar como verdaderos ogros y que no ayudamos a quien lo necesita ¡¡Ya está bien!! Por eso una vez más, y
desde aquí lo digo, somos sanitarios no vendedores. Nos debemos a la salud de
nuestros pacientes sino queremos llantos y lamentos posteriores que no nos conducen a ninguna parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario